23/08/19 - 03:42
Luis Alberto Arista Montoya*
Esta noche es la inauguración en Lima de los Juegos Deportivos Parapanamericanos, estamos seguros que será tan bello y placentero como la inauguración, hace algunos días, de los Juegos Panamericanos que dejaron en nuestra memoria colectiva y en nuestro imaginario cultural huellas indelebles.
Este bello conjunto de competencias deportivas nos ha legado varias lecciones, entre ellas tenemos: que la filosofía del deporte es unir a los pueblos en paz; que existen muchos peruanos que tienen una mentalidad competitiva (ganadora, triunfadora); que cuando hay voluntad sabemos organizar bien los eventos , con eficiencia; que los deportistas ganadores han reforzado la ética del ejemplo, para que los demás niños y jóvenes vean en ellos modelos de sano y buen comportamiento; que la gente de nuestro país- en contraposición al pesimismo político y al imperio de la corrupción de la clase gobernante, tiene un gran sentido y sentimiento de hospitalidad, porque los visitantes se sintieron como en casa. Claro que quedan otras lecciones. Pero, por hoy, paremos de contar. En estos días Lima (quizá el Perú entero, gracias a la tecnología instantánea de las imágenes) fue una fiesta.
Cuando en la inauguración apareció la silueta multicolor de un cerro (que parecía un simple juego de líneas multicolores) de inmediato lo asociamos con la belleza del cerro “Siete Colores” del Cuzco que se evitó que una minera lo destruyera, gracias a la protesta generada a través de las redes sociales. Ahora este hermoso cerro ha sido declarado patrimonio natural de la nación.
Pero, ¿Por qué en esa trascendental inauguración no promover la cultura peruana mostrando mundialmente la silueta y estructura de Machu Picchu?, nos preguntábamos silenciosamente. ¿Por qué no aprovechar para dar a conocer Kuélap al mundo entero? ¿Por qué no Chanchán, Choquequirau, Sipán, o los cerros limeños de San Cristóbal o el Morro Solar de Chorrillos?
Estas preguntas nos asediaron mientras gozábamos estéticamente, viendo que los ritos, rituales y danzas se realizaban en las faldas del mítico Apu Pariacaca. Muy bien elegido por los diseñadores de imagen debido a su significación geográfica e histórica.
Ya Macchu Picchu está demasiado sobreexpuesto mundialmente. Hay que desmacchupinizar la riqueza cultural del Perú. Imagínense si hubiesen elegido Kuélap, hubiésemos quedado mal porque por esos días un incendio casi lo devora por culpa de nuestra negligencia e indolencia (digamos de paso que hasta este momento no existe un informe cultural y ambiental que haya investigado las reales causas del incendio forestal, y de cuáles serán las medidas preventivas a futuro; y, por otro lado, hace meses Amazonas no cuenta con un Director Regional de Cultura). Se descartaron también los otros bienes seguramente porque la riqueza del misterio histórico del bello Apu Pariacaca estaba más acorde con la cultura ancestral, limeña y peruana en general.
Pariacaca es un cerro y nevado ubicado en la sierra de Lima, arriba de los 5,000 m.s.n.m. En ese territorio, en el siglo XVI, las comunidades collas (andinas) y chalas (costeñas, chalacas) sufrieron la más feroz extirpación de sus idolatrías: adoraciones, ritos, creencias, costumbres, reciprocidades, canciones y danzas; todo en aras de una cristianización y adoctrinamiento colonialista. Pero, pese a ello, los nativos resistieron, sobrevivieron. Dejaron huella histórica.
Es cuando el virreinato de Lima encarga al sacerdote Francisco de Ávila realizar un estudio de campo para informar sobre este “paganismo” indígena situado en las faldas del Apu Pariacaca. Entonces, con tino humano e histórico, él recoge por mucho tiempo en un manuscrito todos los relatos quechuas anónimos de los indios que denunciaban la inclemente extirpación de idolatrías. Constituyéndose así en un documento transhistórico: que llega hasta nuestros días.
Es así como en 1966 el Instituto de Estudios Peruanos edita este manuscrito, luego de la diligente traducción del quecha al español realizada por el Tayta Joshé, es decir, el maestro y escritor José María Arguedas, el Tayta de todos los peruanos. Como Garcilaso Inca de la Vega, como César Vallejo, como Ricardo Palma. Y se publicó bajo el título: DIOSES Y HOMBRES DE HUAROCHIRÍ (que tiene 278 páginas). Narración quechua recogida (posiblemente en 1598) por Francisco Ávila (que recibió el título de juez visitador de la idolatría).
Este libro- decía Arguedas en junio de 1966- muestra la concepción total que el hombre antiguo tenía acerca de su origen, acerca del mundo, de las relaciones del hombre con el universo y de las relaciones de los hombres entre ellos mismos. Y como dice la antropóloga peruana Adriana Hilda Arista Zerga, es un libro equiparable en significación a la Biblia, al Corán o al Popol Vuh; “que ilumina todo el campo de la historia prehispánica de los pueblos que luego formaron el inmenso imperio colonial organizado en el Virreinato del Perú”, como dice el autor de Todas las Sangres.
El espíritu de esa cosmovisión andina es la que nos removió el alma la noche de la inauguración de los Juegos Panamericanos. Bajo el son del huayno, la marinera, de las danzas amazónicas y de la cumbia andina.
Y que su lección nos sirva para que la gran Lima que ha devenido, a causa de la migración interna, en una ciudad andina en pleno arenal, no siga creciendo informalmente y de espaldas a sus sierra andina inmediata, donde prevalece mayestáticamente el Apu Pariacaca, en cuyos lugares aledaños pernoctan silenciosamente huacas y sitios arqueológicos que bien merecen ser puestos en valor. Se llega allí viajando ya sea por Cieneguilla y Antioquía; por Chosica, Santa Eulalia, Barba Blanca y Callahuanca; o por Cañete, Lunahuá, Pacará y Yauyus. Pueblos olvidados que reclaman buenas carreteras y eficientes servicios públicos.
No vivamos de espalda a nuestra ancestral historia. Tampoco la miremos de reojo. Ese es el mensaje que nos están dejando estos Juegos Panamericanos, enseñándonos que el Estado- como institución del Poder Político Central- ha tenido desde el inicio de la historia un origen deportivo: ejercido competitivamente por líderes bien preparados de diversas ideologías, con reglas claras, precisas y respetables para el juego político, buscando siempre el Bien Común (que desgraciadamente para la clase política peruana es el menos común de los bienes)… Pero nuestros deportistas, felizmente, nos han inyectado esperanza y buen ánimo. Y eso es lo que queda y vale.
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*EDITORIAL. Para Radio Reina de la Selva. Lima 22 de agosto del 2019. Luis Alberto Arista Montoya.