Alza vuelo, con rumbo a las estrellas, el excomandante general, don Antonio Zavala Abeo.

Para ti, Antonio, se acabaron tus sufrimientos materiales y decepciones espirituales.

Desaparecen en un abrir y cerrar de ojos tus condecoraciones, felicitaciones y adulaciones.

Termina por encanto y por Justicia Divina tus penas y tristezas, por la ingratitud de la gente.

Claro que te vamos a llorar mi respetable hermano Antonio y no solo tus familiares directos, también los que conocimos de cerca de tu entereza moral, bonhomía e hidalguía. 

Naciste en La France y te formaste junto a grandes hermanos, algunos presentes y muchos desaparecidos.

Fuiste un bombero de verdad, de los que se mojan las botas, pelean contra las llamas, les falta el aire y se juegan la vida a cambio de nada.

Conociste el dolor real de la gente que sufre dolores del cuerpo y dolencias del alma y estuviste con una mano en el hombro en señal de lenitivo.

Tus ojos se nublaron, no por el humo que asfixia y quema, sino por la angustia de no poder salvar a alguien que se quema, haciendo lo imposible por ayudarle y también, al final de tus días, por la ingratitud, de los que creías eran tus amigos.

Me cupo el honor de visitarte en tu lecho de dolor, apoyarte en lo poco que pude, junto a oficiales generales y bomberos que te respetábamos y conocíamos tu valía.

Posiblemente, ahora tendrás guardia de honor, como si los muertos, percibiesen cosas protocolares y superfluas.

Vuela al infinito, respetable hermano, a tu encuentro con Dios y que tus huellas de bombero y el amor que le diste en este Valle, a nuestra hermana Violeta, tu adorada esposa, compense el dolor que siente por tu ausencia y cuando alce su mirada al firmamento te vea brillar, con el mismo cariño que le diste en la tierra y eso sea su consuelo, al igual que para tus hijos.