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MEDICOS!!!..., LOS DE MI TIERRA

Pastillita para el Alma 26 – 06 – 19 Cuando los médicos se enferman, como seres sufrientes, recién nos damos cuenta que somos también seres humanos…, empezamos a valorar el verdadero significado de las enfermedades, la trascendencia del dolor en nuestro cuerpo, la limitación en nuestras ac

MEDICOS!!!..., LOS DE MI TIERRA



02/07/19 - 06:01

Pastillita para el Alma 26 – 06 – 19

Cuando los médicos se enferman, como seres sufrientes, recién nos damos cuenta que somos también seres humanos…, empezamos a valorar el verdadero significado de las enfermedades, la trascendencia del dolor en nuestro cuerpo, la limitación en nuestras acciones y el trastorno general que causa a la familia.

Empezamos a preguntarnos, dónde está ese superhombre, que poco o nada creía a sus pacientes, y pensábamos, sin miramientos, en  que sus quejidos se calmaban con una pildorita, con una frotación o para que no haya más alaridos, con una inyección.

Dónde está aquel que no temblaba, cuando poniendo cara de inteligente, leía los resultados de los análisis, de las radiografías, las ecografías, tomografías, resonancias magnéticas, las respuestas de los colegas especialistas y sin ningún apuro, fácilmente decía, “Esto se tiene que operar de inmediato, porque el mal avanza y más tarde ya no hay nada que hacer”.

Dónde se esconde aquel que no piensa, que en esa larga cola de espera en los pasillos de los hospitales, los enfermos son seres humanos que sufren, no tanto por la dolencia que los aqueja, sino por la trascendencia del saberse enfermo y que necesita la palabra de consuelo que lo haga soportar sus males y no la mirada despectiva de aquel, que piensa que los años que estudió su carrera deben ser pagados “bien”, y se figura que ya hace mucho y suficiente, atendiendo a la gente, como dándole una limosna, por el mísero sueldo que lo paga el gobierno.

La Medicina Humana ha tenido grandes adelantos a través de toda la historia de la humanidad.

Es innegable que el tiempo de vida del hombre ha aumentado considerablemente, con el descubrimiento de las vacunas, de los sueros, de los antibióticos, de la quimioterapia, de los análisis de sangre, de los diferentes instrumentos de diagnóstico que día a día, van mejorando y lo que ayer fue los Rayos X un gran descubrimiento que nos mostraba el interior del ser humano, ahora es un objeto obsoleto, que casi ya no se usa, como era en la antigüedad, ahora vemos los diferentes órganos, aparatos y sistemas funcionando y en sus verdaderos colores y lo que ayer era un misterio el interior de las células para los microscopios arcaicos, ahora con la electrónica y otros instrumentos sofisticados todo está a la vista y paciencia de los investigadores y los médicos tenemos que esforzarnos para estudiar y comprender todo lo que la inteligencia humana descubre.

La Cirugía que antes era propio de los barberos, con el advenimiento de la anestesia en 1846 por el odontólogo Horace Wells, utilizando óxido nitroso y luego divulgado por su ayudante William Morton, era una especialidad menospreciada en el campo de la Medicina. Ahora, con la cirugía laparoscópica y la cirugía robótica, es una maravilla, que ha dado pasos agigantados en la curación de muchas enfermedades y hace que algunos de los cirujanos se crea gente pretenciosa e intratable.

Sin embargo volviendo al motivo de esta mi modesta Pastillita para el Alma y caminando por las huellas de los señores doctores de mi tiempo, de aquellos que paseaban su oronda figura por las callecitas empedradas de nuestra añeja y aristocrática Fidelísima ciudad de San Juan de la Frontera de los Chachapoyas, aquellos que marcaron mi rumbo y cuyo comportamiento, sus modales, su caballerosidad y su elegancia, fueron y son el camino reluciente por donde he tratado de caminar desde que me inicié en este apostolado de mi vida, que es la Medicina. 

Para aquellos médicos de la gloriosa época de mi infancia, el ser humano, no era disgregable ni divisible, era un todo. Ellos miraban al enfermo como una sola cosa, como una persona, no como un objeto o un  órgano, un sistema o en el peor de los casos como un montón de reales o soles. Es cierto que los diferentes órganos, aparatos y sistemas se enferman desde hace mucho tiempo, casi con las mismas enfermedades. El estómago tiene acidez, gastritis, úlceras y cánceres desde hace mucho tiempo atrás, lo mismo que la vesícula tiene piedras y cálculos, como el riñón y la vejiga que se curaba con ampe de pie de perro o cola de caballo, que el corazón tiene anginas de pecho, infartos de miocardio, que más fácilmente lo llamábamos “ataques al corazón” y se presentaba cuando uno tenía una pena por el hijo que se iba a la Costa o lo llevaban al ejército, o la percanta de sus sueños de estudiante, se iba con otro y ahí ni el toronjil ni la coramina tenían efecto y que la toz con esputo verde y amarillo se curaba con te de borraja o un buen drake con aguardiente guayacho y no lo que hacía don Chita con su primo el ñato Alcides en el puente de Utcubamba, o con las cucharadas del señor doctor, preparadas en la botica del muncha Rojas y que solo a los muy enclenques o muy viejitos, les daba la pulmonía que los llevaba al panteón y que los derrames al cerebro se curaba cuando se los hacía sangrar punteándolos el fondo de su nariz con una cuchilla bien afilada, marca toro, o poniéndolos paños de agua florida o timolina en su nuca o dándoles agua de azahar y haciéndoles dormir para que se olviden de sus problemas o de sus maldades, porque eso generalmente lo daba a la gente rica o avarienta que prestaba dinero.

A los muchachillos con diarrea se les curaba pasándoles el cuy o el huevo o rezándolos del susto y poniendo sus cintitas de color rojo en sus bracitos para que ya no lo ojeen.

A los muchachillos raquíticos en los que se sospechaba que alguna persona lo ha hecho daño, se lo metía en la panza de la vaca, cuando recién lo mataban en el camal, al lado de su casa de don Melchor Yomona.

Para los muchachos de la escuela todos los meses se les purgaba con su aceite de ricino y para las cuicas se le daba sus pastillas de kenopodio y en la época de exámenes su ponche o su caspiroleta con miel de abejas para que se les abra la inteligencia y no los hagan repetir de año.

A las muchachas cuando ya estaban maltoncitas se les cuidaba para que no vayan a salir con su domingo siete y los lleve la trampa, aunque algunas con suerte, se casaban con guardia civil o con maestros de tercera categoría que ya tenían como mantenerlas.

Doña Toribia era una curiosa que se encargaba de hacerlos parir a casi la mayoría de las mujeres, por eso había que estar bien con ella y cuando las asistía,  había que darle buen caldo de gallina y hacer caso en todo lo que pedía y estar listo para que la placenta se entierre bien y lejos de la casa, para que el perro no lo vaya a sacar y resulte el muchacho siendo un badulaque cuando crece. 

Los curiosos como don Nemesio, arreglaban las lisiaduras, las torceduras o cuando se rompía algún hueso siempre tenían sus varillas de yesca de maguey, su manteca de oso y sus fajas para vendarlos, ya cuando era muy difícil recién se iban al médico para que lo ponga su yeso disque de París. 

Es cierto el ser humano, es un organismo sumamente complejo, que su conocimiento, no puede ser dominado por un solo hombre, como antaño se ufanaban los médicos de provincias, que “sabían de todo” y eran sabios y portentosos al recetar sus cucharadas, sus cápsulas y linimentos y casi del mismo prestigio gozaban los boticarios que preparaban dichos mejunjes, en sus establecimientos secretos de frascos con tapas de vidrio de diferentes colores, con balanzas especiales de onzas,  granos, gramos y miligramos, que solo ellos los entendían como don Benjamín Reina o don José Santos Vigil y últimamente don Augusto Villacorta. 

Ahora para muchos de nuestros médicos, que dicen “ya no tienen tiempo para atender a sus pacientes”, como es debido, pero si para otras cosas, como para sus negocios en sus clínicas, en sus hoteles, en sus restaurantes, sus chacras, en cosas administrativas, inclusive metidos como asesores, profesores, como políticos o gobernantes y no es que se los critica porque lo hagan mal, sino porque se salen del motivo que escogieron como el camino de su vocación de servicio y son estas actividades lo que les priva de ese maravilloso encuentro con sus pacientes, donde el médico,  convierte su profesión en un sacerdocio, es un consejero espiritual, o un amigo de la familia, que muchas veces conoce cosas íntimas de sus enfermos, que ni los padres o familiares cercanos están enterados.

Jamás me voy a olvidar del doctor Linsday, muy amigo de mi padre, para todos los de Chachapoyas el gringo Lince, que residía en Moyobamba, era escocés y venía con su enfermera la mis Marion, una vez al año y en la casa de los Mackays en la plaza de armas, entre el jirón Ayacucho y Grau, operaba hernias y tumores, úlceras y várices y yo no me perdía el olor al cloroformo de su salita de operaciones.

Grande, el doctor Buenaventura Burga, que tenía su consultorio en su casa, en la esquina de Amazonas y Chincha Alta, con su portón grande y entrando una puerta pintada de color blanco que era su consultorio, con unos corredores con rosales, geranios. Era amable con sus pacientes, muchos de los cuales ya lo esperaban que llegue de su fundo de El Molino, montado en su caballo, con su sombrerito pradillo y su clásica e infaltable sonrisa. El Dr. Emilio Benzeville, era serio, bozalón, pero buena gente, atendía los partos difíciles y era experto usando los fórceps, se encargaba de atender el hospital viejo, con la madre Martha, por la carretera detrás del cementerio.

Por esa época de mi infancia había un doctor Ortega que era de la Guardia Civil, que curaba a los guardias y a sus familiares, pienso que lo reemplazó el Dr. Lino Velarde, que vestía con su uniforme de capitán, era muy circunspecto, todo un caballero, se casó con todo lujo en la catedral, con una de las damas más bonitas de nuestra tierra, la señorita Isabelita Inchaustegui, a quien don Felix Castro Chávez, le compuso una canción el día de su boda.

Ya en mi época de colegial, llegó el Dr. Alberto Villacorta, un doctor muy buena gente, delgadito y por eso le pusieron su chapa de doctor Dedito, era el que se ocupaba de atender a los bebitos y a los niños y fue mi profesor de Anatomía en el colegio San Juan de la Libertad.

Por ese tiempo, también llegó el Dr. Israel Angulo y el quien fue uno de mis primeros maestros en mi carrera, pues ya había terminado mi secundaria y estaba en Pre Médicas en la Universidad de San Marcos y en mis vacaciones, cargaba su maletín por todo Chachapoyas, en la época en que no había taxis y hacía sus visitas domiciliarias de Luya Urco a Tushpuna, de Pollapampa a Shacshe y a veces hasta Puca Cruz. El Dr. Angulo, llegaba a ver a mis hermanos o a mi viejo y entraba a la casa y adentro del patio, llamaba a mi madrecita: ¡Rosita! ¿Dónde está don David? Y mi viejita le contestaba, a veces del segundo patio y le decía ¡Espera Shanguita ya salgo a recibirte!

El Dr Alberto López Ibarra, era bien circunspecto, muy serio y correcto, era jefe de la Posta Médica, se casó con mi prima hermana Hildita Castro Noriega. Cuando yo, recién estaba en 2° año de Pre Médicas me llamó para ayudarle a operar un tumor de la mano, eso fue antes de su matrimonio.

Así a grandes rasgos recuerdo a los señores médicos de mi infancia y de mi juventud, médicos que marcaron una época luminosa en mi carrera, que fueron mis guías y a los que les tengo en un lugar muy preferencial en mi vida, porque su dedicación, su entrega para ver a sus pacientes, lo hacían poniendo en práctica sus conocimientos, sin la ayuda de exámenes de Laboratorio, ni equipo de Rayos X o instrumentos que ahora son los que dan diagnósticos y a veces tratamientos. Para ellos solo valían sus manos, su famoso ojo clínico, sus conocimientos profundos de la Anatomía, la Semiología y la Clínica Médica, donde una muy buena historia clínica, era más que suficiente para sus diagnósticos precisos y sus tratamientos efectivos, que se complementaban con el tratamiento familiar de los galenos los cuales eran amigos e invitados principales en todos los acontecimientos sociales de los hogares, donde eran homenajeados y recibían el agradecimiento de sus múltiples pacientes, que no tenían ningún compromiso de retribución de ninguna clase.

El Dr. Neil Román Flores, Antonio Vidarte, Carlitos Olascoaga, si mal no recuerdo llegan por los primeros años de la década del 60, marcando una nueva trayectoria y ya en las proximidades del inicio del funcionamiento del Hospital Virgen de Fátima, que trajo una pléyade de buenos especialistas, muchos de los cuales se quedaron a vivir en Chachapoyas, como el che Ordóñez, se casaron, algunos de ellos murieron como el Dr. Héctor Espinoza, otros emigraron al extranjero como Carlitos Pérez que se casó con Carolina Arce Cáceres.

Ahora nuestra ciudad de Chachapoyas, cuenta con dos hospitales de calidad, con muy buenos médicos de las diferentes especialidades, donde se forman especialistas que vienen de diferentes partes de nuestra Patria, por la calidad de sus tutores. Además los hospitales tienen el prestigio de ser docentes para los alumnos de las Ciencias Médicas de nuestra muy prestigiosa Universidad Nacional Toribio Rodríguez de Mendoza, centro de estudios superiores, que brilla con luz propia en el cielo del conocimiento de nuestro Perú.

Solo queda a nuestras autoridades regionales, disponer servicios médicos de calidad por toda nuestra región de Amazonas, en los lugares más apartados, porque tenemos el elemento humano hecho con calidad en las canteras de nuestra Universidad, cuyos profesores y catedráticos estoy seguro no solo enseñarán ciencias a sus alumnos, sino también la mejor medicina, que cura todas las enfermedades, que es la Medicina del Amor, porque según dicen las Escrituras: Respeta al médico por sus servicios, pues también a él lo instituyó Dios; el médico recibe de Dios su ciencia y él le dio su inteligencia,  del rey recibe su salario; gracias a sus conocimientos el médico goza de prestigio. Hijo mío, cuando estés enfermo, no seas impaciente, pídele a Dios y Él te dará la salud: Ecles 38

 Jorge REINA Noriega
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