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Y ME DICEN TIBURÓN

Pastillita para el Alma 13 – 08 – 19 ¡Las cosas se presentan como por arte de magia y nuestra suerte cambia de la noche a la mañana, en un abrir y cerrar de ojos!. Era una noche fría, como todas las noches de este invierno, en la Lima capital, cuando junto con mis 5 hermanos

Y ME DICEN TIBURÓN



15/08/19 - 05:27

Pastillita para el Alma 13 – 08 – 19

¡Las cosas se presentan como por arte de magia y nuestra suerte cambia de la noche a la mañana, en un abrir y cerrar de ojos!.

Era una noche fría, como todas las noches de este invierno, en la Lima capital, cuando junto con mis 5 hermanos empezamos a correr detrás de mi madre, que presurosa nos guiaba en medio de la penumbra, tratando de alcanzar un lugar donde protegernos, yo era el último de la fila y por más que me esforzaba mis pies no me hacían caso, pues no sé por qué razón, eran más chicos que la de mis hermanos. Mi mamá decía que había nacido lisiado y que tenía que resignarme y más bien encontrar otra treta, como esconderme, para ponerme a salvo, por eso es que durante el día, me preocupaba de buscar mis escondites en todo ese mar de yerba alta y siempre cuidándome de que algunos de los muchachos que correteaban detrás de una pelota, no vayan a pisarme, pero como dije al principio, mi suerte cambió de repente, pues una señorita me recogió y me puso a salvo, cuando ya justo me iba a alcanzar un perro grandazo, que venía corriendo y ladrando como loco. Yo la verdad no sé gritar, será que también he nacido mudo o de tanto llorar ya no me sale el sonido de mi garganta. Me sentí protegido, al comienzo quise sacar mis garras y defenderme, pero, sentí que sus dedos se pasaban por mi cuerpo y habían palabras dulces, cuando sus dedos recorrían sobre mis huesos y por primera vez en mi vida sentí lo que significa una caricia y sin darme cuenta comencé como a hacer unos quejidos de alegría, y la señorita al escucharme, dijo: ¡Mira Frank, sabe ronronear! Y como sentí que les gustaba me esforcé en hacerlo mejor, como agradecimiento de que me habían hecho cariño y alargando mi cuello devolvía las caricias en la palma de sus manos. Me sentía muy emocionado y mientras ellos conversaban, seguía acurrucando, esperando  me suelten y  dejen tirado a mi mala suerte, sin embargo no sucedió así, más bien me pusieron en una caja, con una tela de franela que parecía un lindo colchón de plumas, me subieron a un carro y comencé a alejarme sin rumbo conocido; quise despedirme de mis hermanos y de mi viejita, pero ya era imposible.

De repente, me encontré en una casa grande, sin embargo olfateaba un olor desagradable como de los desalmados esos de la cancha de futbol. En fin que hacer, estaba casi protegido  dentro de una caja y por la rendija observé que subía unas escaleras y me depositaron sobre un diván en una habitación llena de libros en los anaqueles de las paredes. No me movía, oía, olfateaba y miraba por los barrotes de la caja de plástico y cual sería mi sorpresa que de repente me pusieron un plato con un manjar delicioso, que nunca había visto ni probado. La señorita que se llama Mayita, dijo que era atún y  devoré suculentamente, relamiéndome los labios hasta el último pedacito. Todo iba muy bien y solo tenía pena que no estaba ni mi mamá ni mis hermanos para compartir y de repente entró un viejo gruñón, calvo y feo, que se acercó a mirarme y yo estaba seguro, que el anciano tembleque, iba a tirarme por la ventana, pero no fue así, por el contrario también me hizo caricias, a lo que yo respondí haciéndole sentir mis afiladas garras para que sienta que no le tengo confianza. Conversó algo que no entendí, apagaron la luz y se fueron. Después de un momento prudencial, sigilosamente empecé a husmear y encontré un hueco dentro de los libros, que elegí como mi refugio, por si la cosa se ponga color de hormigas. Tropecé con una bandeja grande llena de arena y después me retiré a dormir, con un ojo cerrado y el otro abierto, por si las moscas. 
Al siguiente día el canto de las aves, se filtraba por la ventana que daba al jardín,  desperté y en la puerta principal sentí a dos malandrines que olfateaban y empujaban la puerta que no cedió, lógico miraba desde mi escondite detrás de los libros.

Mayita junto con una señora dulce y bonita de cierta edad, se acercó poniendo un plato con exquisita leche, tan dulce y deliciosa como la leche de los pechos de mi madre, en la que nos turnábamos con mis hermanos para succionar.

Todo iba color de rosa, hasta que de repente se abrió de golpe la puerta y apareció un niñito, con cara de inteligente, que sonriendo dijo “Yo deseo que se llame Tiburón”. Habrase visto la ocurrencia de este chiquillo, llamarme Tiburón, pero en estas circunstancias no estaba para escoger, así es que me dio lo mismo, solo lo miré con desagrado y a la primera de bastos le haré sentir el filo de mis uñas… ¡decirme tiburón!. Tranquilidad completa, cuando volvió a abrirse la puerta y aparecieron las dos caras de delincuentes que vigilaron toda la noche. Mayita me cargó para protegerme, se acercó uno de ellos con olor a zorrillo, de color marrón, con toda la cara arrugada y con ojos verdes que vino amigablemente a olfatearme, yo estaba preparado para que a la más mínima agresión, esa nariz negra, fuera a partirse en dos rebanadas, pero no pasó nada. El otro malhechor, negro como la noche, con orejas grandes como dos banderas, se paró a dos varas de distancia y en forma altanera, creyéndose el conde de Santander, empezó a mirarme despectiva y majaderamente, tremendo hijo de vecino, de baja alcurnia, que seguramente come camote y eructa a pavo. Natita y Salvador dijeron alegres, ¡Pasó la prueba, Romeo desea ser su amigo y a Chemo no le interesa nada! Tenía que llamarse Chemo, tremendo badulaque y orejón. Mayita dijo, solo falta Tilsa. Me preguntaba quién era Tilsa que le daban tanta importancia, cuando apareció una petisa de 4 patas, de color blanco y negro, con el cuello erguido, con caminar solemne, vestida con traje elegante de tul y organdí, una corona dorada y un collar con su nombre…, casi alharaquienta y reclamando como si hubiesen invadido su mansión, bueno sí que tenía razón, era la engreída de Mayita y como tal la señorita de la casa, así es que como todo un caballero, me incliné para saludarla, pero me ignoró y reclamó sus derechos de princesa, que fueron concedidos por su dueña.

En la tarde fuimos al veterinario, una persona que dice se encarga de curar nuestras enfermedades y quien empezó por vacunarme, dijo era con la intención de prevenir que no me vaya a dar alguna enfermedad que acabe con mi vida, si será sonso el doctorcito ese…,  no sabe que yo tengo siete vidas…, luego a ponerme un líquido en el cuello, que es para eliminar  las pulgas, que eran mis únicas compañeras en mis noches de frio y que las pobres no tenían nada que picar por la anemia que me está consumiendo.

No sé hasta cuándo durará esta comezón del séptimo cielo, porque los placeres no duran toda la vida y el rato menos pensado uno vuelve al fango del pantano de donde uno procede, porque en esta tierra muchas veces solo sirve el nombre o los títulos que algunos se adquieren con dinero mal habido y los ricos de ahora, muchas veces son los mequetrefes que se hicieron gracias a la corrupción o al narcotráfico, a la trata de blancas o al engaño y el abuso del pobre, que no sabe reclamar sus derechos, y conste no soy comunista ni deseo que venga un Chávez, un Maduro o un Castro que sería la ruina, para nuestro Perú, que ahora con el que tiene ya está casi en el hueco y no en el de la avenida Abancay. 

Pasaron dos, tres, cinco días una semana y yo viviendo a cuerpo de rey, solo recordando el destino de mi mamita y mis hermanos, que se perdían todas las atenciones que recibía. Como entenderán tenía que hacer mis necesidades y tenía la duda de ensuciar los libros, pero descubrí que Mayita había puesto un depósito con arena, al comienzo dudaba para que podría ser, ni modo que fuera un remedo de playa, pero, como nadie me miraba, me acerqué a la arena y zas, más rápido que inmediatamente, solucioné mi problema y con la arena, me encargué de cubrirlo, como si nada hubiese pasado y cual sería mi sorpresa que me felicitaron por lo que había hecho y me dijeron que era muy aseado y sin que me pueda defender, Mayita me llevó a su baño y ni corta ni perezosa, me bañó, felizmente con agua tibia. Momento difícil que pasé, porque era la primera vez que el agua tocaba mi adelgazado cuerpo, que solo conocía del agua de lluvia y menos de perfumes y secadora. Lo del baño me fastidió mucho, porque nadie sabía que los gatos no nos bañamos con agua, sino lamiéndonos muy cuidadosamente.

Las cosas iban de bien a mejor, ya estaba agarrando confianza, pues mientras el viejo pelao, se ponía a escribir en una especie de televisor, me acercaba a sus pies, a calentarme con la estufa que ardía junto a él, jalaba una pequeña mantita con que se limpiaba sus ojos y me servía para revolcarme.

Nada perturbaba mi felicidad, solo la amenaza de la gruñona engreída de Tilsa, que entraba en los brazos de su ama, quien no la soltaba y en sus miradas desafiantes me hacía saber que era mi enemiga y el rato menos pensado iba darme un mordiscón para recordar toda mi vida. La muy tonta no sabía que yo tenía calle, que soy de pueblo, pandillero, drogadicto y peleador, que infinidad de veces he tenido que mecharme con enemigos de veras fuertes y no señoritas de salón, que lo único que saben es gritar y llamar a la autoridad. La tenía jurada, para bajarla de su pedestal, que a la primera que se me acerque uno de sus ojos negros y saltones iban a quedarse secos y tenía que pedir el trapito al viejo pelao, para secarse además de sus lágrimas, la sangre y todo el contenido de una de sus linternas.

Yendo a otra cosa, mala suerte no saber leer y no poder enterarme los escritos de este viejo, que no se cansa de teclear todo el bendito día, me imagino estará escribiendo su biografía, porque ni modo que quiera hacer una novela o un libro, además no se cansa de escuchar música instrumental todo el día, la verdad que es un abuso, seguro este anciano desfasado no sabe lo que es el reggaetón, el trap o el brap, donde Salvador, que se llamará Salvatore Gonzaligno, cuando juegue primero en el Higos Urco de Chachapoyas y después en el Real Madrid es un trome junto con sus colleras del Quiñonez.

Las oportunidades se presentan una vez en la vida y no se debe desaprovecharlas, pero, cuando estas no son el resultado de nuestro esfuerzo o sacrificio, también se esfuman, igual como se presentan, por eso es bueno, estar preparado para afrontar todo lo que nos depara el destino, sabiendo que la felicidad está dentro de nosotros mismos y que uno puede ser feliz aún en la desgracia y eso uno  aprende cuando el dolor labra el alma y esas situaciones nos hacen a los seres más valientes y fuertes como el acero o el diamante, tal  como escuché, la conversación por teléfono del viejito, que decía que el acero se tiempla cuando el hierro se expone al fuego vivo y luego se zambulle en agua helada.

Fácil pasaron ocho días y con todas las atenciones que recibo, hasta parece que he subido un poquito de peso, sin embargo todo llega a su fin y ya desde anoche conversaban con la señora Zenobia, pidiéndole que me lleve a su casa, porque la señorita Tilsa, no acepta que me quede y así como llegué me prepararon mi caja donde vine y Mayita con lágrimas en sus ojos me llevó cargándome para despedirme del viejito, que está enfermo en cama y créanme no es por hablar cosas hipócritas o que no sienta, pero en estos pocos días me había encariñado con este señor, quien con palabras melancólicas me hace caricias en mi lomo y me dice, ¡Sé valiente Tiburón, me da pena que te vayas, pero Tilsa no acepta que vivas aquí!, lo mismo me dice la Mamita, que tal vez es la que más siente, pero solo sabe llorar hacia adentro, también me hace caricias y me pone un roponcito y me dice ¡Para que te abrigue con el frío Tiburón!

Yo no sé llorar, ni tampoco maullar y por más que deseo que salga una lágrima de mis ojos, no puedo hacerlo, pero se me rompe el corazón en esta triste despedida, que tiene sabor de muerte y si verdaderamente como dicen que los gatos tenemos siete vidas me gustaría dejarla una de regalo a este viejito que ya está cerca de irse de este mundo y si los mininos también tenemos alma, como de los humanos y es también un derecho de los animales, por ser como ellos seres vivientes, ojalá algún día pueda volver a verlo en otras circunstancias y yo sea el que le da caricias y él sea un tigre  grande con valentía y agilidad y con el orgullo y la inteligencia de un águila, que son los animales a los cuales admira este viejito pelao, solitario y feliz con más compañía, que sus múltiples recuerdos.

¡Chao amigos se va Tiburón!, no lloren por mí ni tampoco me extrañen,  me voy feliz de haberles conocido, les llevo en mi corazón, especialmente a Mayita y a Frank, que me regalaron un pedacito de cielo en el infierno de mis días tristes y me hicieron comprender que la bondad y la compasión son los mejores valores que tiene el ser humano. Tengan la seguridad que no sé perder, me ganaré el cariño y el aprecio de toda la familia de la señora Zenobia, sino cualquier día regreso, en una de mis siete vidas.

Jorge REINA Noriega
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